domingo, 17 de octubre de 2010

Domingo tarde.

Un viento leve mecía las hojas de los árboles y erizaba el vello de los brazos de aquellos incautos que aún pensaban que era pronto para las chaquetas. La noche del domingo había traído, como cada semana, un silencio pesado y frío sobre las calles de la ciudad, y, partiendo en todas direcciones, estudiantes volvían de sus casas y marchaban a su lugar de residencia dejando atrás la estación.
Yo no me libraba del sabor metálico del domingo por la noche. El lunes se presentaba amenazante para todos, sin escepción. Sin embargo, no había sido fácil volver a dejar que se marchara, volver que dejarle ir una semana más y esperar con resignación hasta el sábado siguiente.
A mi alrededor, cansados jóvenes arrastran sus maletas de vuelta a los estudios. Me pregunto si también ellos hace escasas horas que se han despedido de alguien especial, si los han dejado marchar, apesadumbrados, como nosotros.
Aunque me doy cuenta de que esto que tenemos tu y yo, en realidad, nadie más lo tiene.

2 comentarios:

  1. Puf... escribes genial.
    Oye una cosa, ¿"apesumbrados" es un fallo y querías poner apesadumbrados o es una palabra?

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  2. Gracias! Si me he equivocado, me suelo comer trozos de palabras ^^U ¡Gracias por decirmelo!

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