Las cosas empiezan a desaparecer. Los libros se aprietan en las mochilas y cajas se apilan unas sobre otras en el único estante que aún no está vacío. Las paredes desnudas me miran lánguidas, extrañando sin duda las fotografías que las vistieron durante nueve largos meses. Son tan blancas como el día en que llegué, salvo por algún raspón y ese 'volver' que arañé un día con la uña y que solo se ve si sabes como mirar. Los carteles de las películas y los posters están enrollados y listos para llevarlos de vuelta a casa. Dentro de dos semanas me marcharé.
Guardamos decenas de periódicos bajo la mesa del salón, y no veo el momento de quitar la foto de la cena de navidad de encima del sofá y guardarla con el resto. Siempre que me acerco a ella tiene listos cuatro pares de ojos que me miran, y parecen tristes.
Ha sido nuestro hogar, a su manera, extraña, blanca y distante. Fue nuestra casa, de alguna forma, y sea quien sea quien viva aquí el año que viene, siempre será nuestra.
Adiós, Alfil.