Cuando era niña me encanta dormir fuera de mi casa, irme de campamentos y conocer gente nueva, muy contrariamente a mis hermanos.
Ahora estudio en una ciudad distinta a en la que me crié, y aunque sigo dependiendo de mis padres, estoy dentro de ese grupo de estudiantes a los que no les importó coger la maleta e irse de su casa para seguir sus sueños.
Tampoco me importó irme a Frankfurt a convivir con checos, islandeses y polacos, ni me importó irme de viaje a Suiza con solo una mochila a la espalda. El año que viene, si todo sale bien, me mudaré una temporada a Holanda.
En el mundo en el que vivimos es necesario no tener miedo a moverse, a probar cosas nuevas, a salir de vez en cuando de lo establecido y de lo que estamos acostumbrados.
No hace falta irte del país para darte cuenta de la cantidad de cosas que puedes estar perdiéndote.