Sabía que podía acostumbrarme perfectamente a la manera en la que su mano descansaba sobre mi cintura cuando dormía. O la forma en la que sus zapatillas descansaban junto a las mías. Sabía que nunca iba a cansarme de verle hacerse el desayuno en mi cocina, con el pelo revuelto y en pijama. Y que había pocas cosas que llenaran tanto de luz el piso como su mera presencia.
Había algo en él... algo que siempre había estado ahí, que me había fascinado desde el primer momento. Esa forma inocente que tenía reír y de tocarme el pelo de forma distraída.
Lo malo de esta facilidad mía de acostumbrarme a tenerlo a mi alrededor es que la despedida se hace mucho más dura de lo que me gustaría.
Pero él va a estar ahí, esperándome. Siempre lo ha estado.
Ojalá nunca cambie esa forma que tienes de estar en el mundo.
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