Entré en el bar y la oleada de calor humano me detuvo un instante. Las voces se elevaban en risas y chistes, y aunque eran estridentes en mis oídos, mi cabeza estaba en otro lugar. Te vi al final de la barra y tragué saliva. No esperaba verte allí, de hecho, siempre te encuentro en los lugares en los que no espero encontrarte. Ya sabes, fantaseaba constantemente con encontrarme contigo en la calle más recóndita del mundo, pero me sorprendías siempre pronunciando mi nombre en los lugares más concurridos, haciéndome levantar la mirada, sonrojarme y parecer una estúpida. Sabía que lo hacías sin maldad, aunque no podemos negar que hay algo travieso en la forma en la que me miras a veces. Como diciendo: Un día te robaré un beso y no lo verás venir. Probablemente ese día caiga fulminada, estoy bastante segura de ella. No por sorpresa, sino por anticipación, por estar esperando tanto algo que al recibirlo sientas eso de "poder morir tranquilo".
Me acerqué a ti y me viste enseguida. Tu rostro se iluminó y me diste dos besos, porque tienes esa odiosa costumbre de alegrarte de verdad cuando me ves y eso me hace soñar con cosas que nunca van a pasar. Te acuerdas de todo lo que te he dicho cada vez que nos hemos visto y es una capacidad que maravilla, tengo que reconocerlo.
Sé que es una tontería, que nunca nos hemos querido, al menos, no nos sincronizamos con la suficiente eficacia para que pudiera transformarse en algo más que palabras amables e indirectas de lo que pudo haber sido.
Pero me gusta tu olor, el sonido de tu voz y esa forma que tienes de hacerme querer cometer una locura.
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