» Aquel día estaba diluviando. No era una lluvia
fuerte como otras veces, sino que era una lluvia casi invisible. Helle estaba
en el mirador, y estaba chorreando, pero no parecía darse cuenta. Estaba de pie
mirando el mar, y no se percató de que
no estaba sola hasta que oyó su voz.
— ¿Helle?
Helle se giró sobre sí misma, y al hacerlo, miríadas
de pequeñas gotas de agua salieron despedidas de su cabeza. Shane estaba junto
al almendro, y la lluvia comenzaba a mojarle el cabello rubio y a pegárselo al
rostro. Tenía el torso desnudo y la camiseta en la mano, porque vendría de
entrenar. Se acercó a ella, y Helle hizo lo mismo, hasta que solo les separaron
un par de metros.
— Estás empapada, tonta. — le dijo.
Pero Helle no tenía frío. De hecho, sentía dentro de
sí un calor difícil de explicar. Un calor justo debajo del ombligo que había
aparecido en el momento en el que sus ojos se habían posado en Shane.
Se acercó más al chico y se lanzó a sus labios. A
Shane se le cayó la camiseta al suelo, pero no pareció importarle. Rodeó con
los brazos a Helle, haciendo que el vello de sus brazos desnudos se erizara.
Acarició la tela mojada del vestido de la chica, que se pegaba a su cuerpo y a
sus curvas.
Helle recorrió a Shane con las manos, sintiendo la
fuerza de sus músculos bajo los dedos, la dureza de su vientre y su pecho, como
se tensaban al sentirla y como se erizaba su piel.
Shane rodeó la cintura de Helle y la atrajo hacia sí
con fuerza, haciendo que cada una de las curvas del cuerpo de la chica se
amoldara al suyo. La sentía contra su piel y la lluvia seguía envolviéndolos.
Nunca se habían besado con aquella pasión, aquella intensidad tan desbocada y
desmedida que parecía que no podría acabarse y que tendría que llegar hasta el
final para desaparecer. Shane notó la lengua cálida de Helle al filo de sus
labios y respondió a aquella tentación. La alzó, haciendo que pusiera una
pierna a cada lado de su cuerpo, sintiendo que no podía estar lo
suficientemente cerca de ella.
El sol se abrió paso a través de las nubes, pero no
dejó de llover. Si alguno de los dos hubiera mirado al cielo, habrían visto un
arcoíris enorme y precioso, pero ninguno podía apartar la mirada del otro.
Fue aquella noche, justo en aquel lugar, cuando
hicieron el amor por primera vez.
CDL.El Regreso.
Gloria Martínez Villamandos
biutiful
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