RAVEN OTEÓ EL HORIZONTE, en el cual sobresalía la figura difuminada del Lirit Tassand, lejano
como un sueño. El vestido negro de la mujer se confundía con la madera oscura
del árbol sobre el que estaba tumbada, cual largo era su esbelto cuerpo. Sus
cabellos, igualmente negros o incluso más si cupiera, se abrían como un abanico
sobre el tronco y caían sobre sus hombros, desordenados. Los pliegues de su
vestido se habían desparramado sobre la tierra, contrastándose con sus brazos,
que, blancos y desnudos, estaban apoyados con suavidad sobre su asiento. [...]
Todo tiene un comienzo, y el de El Regreso es este. Realmente no es lo primero de la historia que escribí, pero me pareció que sería un buen comienzo. De hecho encontré esta imagen por casualidad, en la inmensidad de la red, y encendió una chispa dentro de mi cerebro. Sabía, de una manera que no alcanzo a poder explicar, que le debía a Raven el protagonismo de inaugurar la historia. Sé que podéis pensar: ¿Le debías? No puedes deberle nada a alguien que no existe. Pero después de tanto tiempo cuidando de ellos... Acaban convirtiéndose en personas reales, y dado que tu tienes el poder, digamos, de controlar todo lo que dicen y sienten... bueno, al final acabas teniendo una deuda con ellos.
Así que esta es Celibar ein Raven, Moire de Jogrest, el reino namnit. Si yo fuera solo la mitad de fascinante que ella, me sentiría satisfecha.
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