Hacía calor y realmente olía mal si tenías la osadía de salir de la habitación y volver a entrar luego. Aunque desde dentro no se notaba mucho y a mí personalmente no me importaba.
Comimos alrededor de aquel enorme tablero de madera. Compartisteis melocotones en almíbar y apuestas que me hicieron reír a carcajadas, mientras la pizarra estaba llena de números y cuentas que recordaban que era sábado y que el lunes empezaba a cernirse sobre nuestras cabezas.
No me paré a pensar demasiado en cómo había llegado a esto. Era agradable esa sensación de pertenecer a alguna parte, esa sensación que me provocaba estar rodeada de gente sin que me atemorizara la idea de que algún día iban a marcharse. Dormir había dejado de ser una opción y el reloj marcaba las cinco de la mañana cuando decidimos que seis paquetes de palomitas no eran suficientes.
Me encantaba. No había alcohol, ni sexo, ni tabaco, ni drogas, quizás sí un poco de rock&roll, pero era en verdad suficiente para llorar de la risa y compartir miradas cómplices. Un buen puñado de amigos eran suficientes para llenarme el corazón. Dejé los tacones en el armario y preferí saltar descalza encima del sofá. Cantar nunca fue mi especialidad, pero eso no importa realmente cuando estás con gente que no te juzga, que habla de ti como si fueras increíble, que te mira y sabes que no van a irse, que estarán ahí.
Siempre listos.
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