Ya ves qué cosas. A veces pienso que sí, que me lanzo a la aventura, sin paracaídas, sin anestesia, ni nada. Y no me importa trabajar durante horas para después esperar una recompensa que la mayoría de las veces nunca llega.
Otras veces pienso... ¿Pero dónde voy? ¿Por qué todo el mundo parece tan encaminado hacia el futuro, cuando a mí la mayor parte del tiempo me horroriza? Y sé por qué.
Mientras sea joven, mientras tenga, como dicen, toda la vida por delante, aún tendré tiempo, aún tendré la esperanza, la oportunidad de cumplir mis sueños. De triunfar. De publicar un libro. Pero sé que un buen día me miraré al espejo y sabré, con una certeza amarga, metálica y seca que hubo oportunidades que se marcharon para no volver y el miedo al fracaso las mantuvieron mucho tiempo en un cajón. Aunque será reparador, de alguna manera. Con la certeza acabará la angustia, supongo, pero una espina afilada y oscura permanecerá para siempre anclada en su aurícula favorita de mi corazón. Me miraré al espejo, sí, y sabré, que debajo de todas esas arrugas y canas y ese afán por seguir siendo joven hubo una vez una persona que tuvo un sueño y pudo haberlo cumplido.
Lo bueno de saberlo ahora es que tengo la oportunidad de cambiar esa mirada con el espejo, y convertirlo en cómplice.
Aún estamos a tiempo, ¿no?
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