No podré decir que en realidad nunca me quiso, que jugó conmigo, que me engañó. No podré decir que para él nunca significó nada, que fui una más. No lo fui, yo lo sé y él lo sabe. Es una suerte que a esta relación no se le vea el final, porque sinceramente, no sabría a que aferrarme. No es un cerdo, no me ha utilizado, no me ha usado. Espero que lo nuestro nunca termine, porque no sabré a que atenerme si algún día no está. Sería fácil contentarme a mi misma diciéndome que no me merece y esas tonterías que no sirven para nada. Porque, decidme ¿como se consuela el final de un amor que ha sido pleno, sincero, que lo ha dado todo y lo ha vivido todo?
A veces me pregunto cosas así de catastrofistas, pero realmente no sirve para nada. Yo lo sé. Me alegra que todo esto no sean más que suposiciones y reflexiones que aparecen con las primeras luces que se cuelan en mi habitación. La almohada huele a él y sonrío. Me hace gracia la predisposición que tiene a tumbarse por todas partes y lo lleno de energía que está luego. No duerme aquí, desde luego, pero algo tiene su pelo que deja su olor en todo lo que toca. A veces es incluso molesto, sobre todo cuando coge el autobús y se va, y entonces tengo que ir recogiendo todos esos retazos de olor, guardarlos en su bote y esperar a que vuelva a por ellos.
Pero él sabe que no me importa.