viernes, 4 de febrero de 2011

Vivir

Nadie debería tener que morir sin haber visto alguna vez el mar, frente a él, ancho e infinito. Nadie debería tener que morir sin haber visto la nieve , sin haberla sentido fría en las manos desnudas.
Tampoco deberíamos tener que morir sin que una madre nos arropara por la noche o sin haber hecho algo que la hiciera sentir orgullosa. Ni sin haber hecho realidad al menos uno de nuestros sueños.
Sin habernos dado un baño largo de agua caliente hasta que la piel se nos volviera arrugada y rosada. Sin haber bailado al menos una vez en la vida, en nuestra habitación, tal y como lo sentimos.
Nadie debería tener que morir sin haberse enamorado y sin ser correspondido. Nadie debería, sin haber recibido un beso largo y sincero de esos que te dejan sin respiración.
Nadie debería morir sin haber llorado con un libro y una película, sin haber soñado despierta con lugares lejanos. Nadie debería sin haber viajado a lugares lejanos y volver al hogar lleno de añoranza.
Nadie debería tener que morir sin haber hecho el amor al menos una vez de forma sincera con una persona verdaderamente especial. Sin haber pasado una noche observando a esa persona dormir plácidamente, vigilando sus sueños.
Nadie debería morir sin haber recibido flores o un regalo un día sin razón alguna. Ni sin tener, aunque solo fuera una vez, verdaderos amigos en los que apoyarse.
Sin dormir más de doce horas seguidas y despertarnos con la luz de día y una sonrisa en los labios. Sin haber desayunado tortitas y churros con chocolate. Sin pensar que la comida de nuestra madre es la mejor del mundo.
Nadie debería tener que morir sin haber sostenido a un recién nacido en sus brazos y poder sentir ese olor a vida que desprende su piel. Nadie debería sin haber tachado días en un calendario y sin hacer un dibujo lleno de colores.
Nadie debería morir sin haber dormido la siesta y sin haberse disfrazado.
Nadie debería tener que morir sin haber vivido.


"Todos los hombres mueren, pero no todos los hombres viven realmente"

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