martes, 21 de febrero de 2012

Jar.

Los días pasan lentos, tediosos, cansinos. Improductivos. Quizás en las primeras horas del día puede recogerse algo de provecho.
El resto del tiempo no es más que una pausada observación de la marcha de una hora tras otra. Sé que esta tranquilidad no durará mucho. Me gustaría poder guardar todas estas horas en un frasco, atarlas con un lazo y esperar. Y así, dentro de unos meses, poder recurrir al tiempo perdido. 
Dos horas de sueño.
Veinte minutos de risas.
Un día completo a su lado. Mejor dos. Mejor, veinte. 
¿Dónde irá todo este tiempo perdido? Quizás esté con un par de juegos de llaves, aquel libro que presté, la pulsera que me regaló él y varios cientos de horquillas y gomas del pelo. Puede que un día, al morir, nos encontremos con un baúl lleno de todo aquello que perdimos un día. 
La juventud. 
La inocencia. 
El talento. 
El miedo.
Y la vergüenza. 
Aquí estoy. He vuelto.
¿Me echabais de menos?
Yo sí.



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