lunes, 21 de noviembre de 2011

Lluvia.


» Aquel día estaba diluviando. No era una lluvia fuerte como otras veces, sino que era una lluvia casi invisible. Helle estaba en el mirador, y estaba chorreando, pero no parecía darse cuenta. Estaba de pie mirando el  mar, y no se percató de que no estaba sola hasta que oyó su voz.
— ¿Helle?
Helle se giró sobre sí misma, y al hacerlo, miríadas de pequeñas gotas de agua salieron despedidas de su cabeza. Shane estaba junto al almendro, y la lluvia comenzaba a mojarle el cabello rubio y a pegárselo al rostro. Tenía el torso desnudo y la camiseta en la mano, porque vendría de entrenar. Se acercó a ella, y Helle hizo lo mismo, hasta que solo les separaron un par de metros.
— Estás empapada, tonta. — le dijo.
Pero Helle no tenía frío. De hecho, sentía dentro de sí un calor difícil de explicar. Un calor justo debajo del ombligo que había aparecido en el momento en el que sus ojos se habían posado en Shane.
Se acercó más al chico y se lanzó a sus labios. A Shane se le cayó la camiseta al suelo, pero no pareció importarle. Rodeó con los brazos a Helle, haciendo que el vello de sus brazos desnudos se erizara. Acarició la tela mojada del vestido de la chica, que se pegaba a su cuerpo y a sus curvas.
Helle recorrió a Shane con las manos, sintiendo la fuerza de sus músculos bajo los dedos, la dureza de su vientre y su pecho, como se tensaban al sentirla y como se erizaba su piel.
Shane rodeó la cintura de Helle y la atrajo hacia sí con fuerza, haciendo que cada una de las curvas del cuerpo de la chica se amoldara al suyo. La sentía contra su piel y la lluvia seguía envolviéndolos. Nunca se habían besado con aquella pasión, aquella intensidad tan desbocada y desmedida que parecía que no podría acabarse y que tendría que llegar hasta el final para desaparecer. Shane notó la lengua cálida de Helle al filo de sus labios y respondió a aquella tentación. La alzó, haciendo que pusiera una pierna a cada lado de su cuerpo, sintiendo que no podía estar lo suficientemente cerca de ella.
El sol se abrió paso a través de las nubes, pero no dejó de llover. Si alguno de los dos hubiera mirado al cielo, habrían visto un arcoíris enorme y precioso, pero ninguno podía apartar la mirada del otro.  
Fue aquella noche, justo en aquel lugar, cuando hicieron el amor por primera vez.

CDL.El Regreso.
Gloria Martínez Villamandos

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